Los "conspiranoicos"siempre acaban teniendo razón.



La barbarie en la que se encuentra nuestra sociedad es ya evidente: sus valores se van borrando poco a poco como vestigios odiosos de un mundo extinto, en beneficio de los delirios de la ideología globalista, que se revela cada vez más antihumana, antirreligiosa y anticristiana. El principio más antitético de esta barbarie infernal comparada con la civilización cristiana es el infanticidio, el sacrificio humano de víctimas inocentes ofrecidas a Satanás; y aún en el horror de verlo admitido descaradamente, no podemos sorprendernos si el aborto es propuesto por los satanistas como un verdadero ritual religioso al que, en nombre de la libertad de culto, se le debe reconocer protección. Los antiguos rituales paganos – omnes dii gentium demonia, dice el Salmo – reviven hoy en día en la ofrenda de sacrificio que las desdichadas madres creen poder reclamar como un derecho.

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El suero génico llamado vacuna, como bien han señalado los científicos y especialistas, y como admiten los mismos productores, no garantiza la inmunidad; no excluye efectos secundarios graves a corto y largo plazo; no es eficaz con algunas variantes de Covid; no evita el uso de mascarillas ni los distanciamientos; en la mayoría de los casos aumenta el número de los que dan positivo en el hisopo y con ello el terrorismo mediático y el endurecimiento de las medidas de contención. Propuesto como una panacea, ha resultado no ser más que una fuente de enormes y escandalosos beneficios para la Big Pharma y, al mismo tiempo, un pretexto para imponer pasaportes sanitarios y otros sistemas de control de las masas y restricción de las libertades naturales.

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El tema de la presencia de abortos en las vacunas había sido desacreditado hace décadas como divagaciones de conspiranoicos y fundamentalistas: hoy se admite cándidamente que los beneficios de las empresas farmacéuticas (y no sólo de ellas) legitiman el asesinato de inocentes. […] Y mientras planean vacunar a toda la humanidad inoculando el sacramento infernal, hay intelectuales católicos considerados “conservadores” que, para no perder el poco lugar que se les concede con condescendencia, pretenden ser paladines de la ciencia en el mismo momento en que ésta se transforma en brujería: no de manera diferente actuaron cuando, frente a la revolución conciliar, trataron de asegurarse un espacio de visibilidad atacando a los católicos tradicionalistas más que a los herejes modernistas. Su contribución a la causa acabó siendo contraproducente, mientras que los obreros de la iniquidad se gozan con el espectáculo de ver dividida en facciones a la ya débil y pendenciera compañía de los buenos.

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